AUTOR: IVO MARTINS
EDICIÓNES: Revista Op. #14/ Revista Cuadernos de Jazz #93 FECHAS: Noviembre de 2004, Abril de 2006
Frecuentemente tenemos dificultades para situarnos en un mundo donde la realidad es progresivamente
manipulada y definida por la omnipresencia de imágenes comerciales, imágenes que se dimensionan en
artefactos producidos en serie, en un contexto saturado de solicitudes, donde nada puede alcanzar el estado
capaz de exprimir la totalidad de aquello que nos cerca. Lo que surge como arte son tentativas siempre parciales
de captación e interpretación de lo real en transformación.
El jazz no puede escapar de este momento totalizador que vehicula una frialdad inquietante de tensiones y
ambigüedades, desviándose de la alquimia de las emociones y del sentido poderosamente revolucionario de las
percepciones visuales.
Como las historias de la vida, el jazz asume una narrativa en la que se acumulan descripciones ricas en
fragmentos difíciles de articular en ideas coherentes. El espacio de la imaginación y de la memoria que se situaba
en una época de referencias estables se alteró volviendo más o menos inútiles todos los elementos seguros del
proceso de comprensión. Aprisionado y sometido a un agudo sentimiento de pérdida y de encubrimiento, el
artista es el receptor limitado de la confusión causada por impulsos sin redención. Como un pequeño punto
solitario central, desarrollado en la galaxia de ideas vulgares que cubren el espacio del jazz, el artista se posiciona
en el arco musical organizado sobre la cúpula proteccionista del comercio. La música se define por la aparición
de angustias y dudas, por el desarrollo de demonios que hoy ya no expresan el interior de un alma compleja y
solitaria en la lucha por la supervivencia. La creatividad perdió las cualidades de superficie humanamente
articulada en el espacio íntimo e individual, en oposición a todo lo que era inexprimible. No existen poderes
capaces de convertir al artista en el grandioso personaje de su tiempo, el elemento fundamental en la preparación
de una finalidad última de existencia: el arte como último momento de la libertad.
La cultura de masas se funde en la multitud de personajes. Seres amorfos manipulados como medios
propagadores de consumo y piezas obedientes de la gran industria del entretenimiento. Lo más interesante es lo
más extraño en todas las personalidades construidas en el vacío de los contenidos culturales, es el hecho de que
continuaran dejándose arrastrar por la enorme fascinación que supera en nitidez a la realidad de donde
partieron. La idea de espejismo en la cual no existe distinción entre el contenido y el suceso; el acontecimiento de
glorificación. Las relaciones entre el arte, músicos, instrumentos, géneros, tipos, discursos y su contexto exterior
ya eran estables. Actualmente son parcelas secundarias de una coyuntura definida según una óptica comercial.
Relegados como estamos a los márgenes de la cultura, los asuntos de la estética, de la ética, de la autenticidad, de
la originalidad, de la creatividad, ya no nos aseguran nada. El jazz es una idea platónica, un ideal para una
minoría perdida en medio de un amplio proceso de uniformización sociocultural. Un fenómeno que va más allá
de la representación de un país o de una cultura. La música no es una intención socialmente solidaria con todos
los pueblos humillados y no pasa de ser una manifestación más en medio de muchas cosas materialmente
atractivas. Al perder la capacidad de incentivar cambios urgentes, como acto creativo, la música pierde también
su carácter reivindicativo y los elementos que intervienen en su interior en cuanto unidades mutables,
relacionadas en la serie interminable de identificaciones y conceptos, que se asocian en imágenes absorbidas por
la propia realidad, en el momento disforme del enrarecimiento cultural. El jazz y el arte son el espacio ambiguo e
incoherente, redefinido en el juego instantáneo de muchos momentos, dotados de una evidente ineficacia
creadora.
Los afroamericanos prestaron al jazz la riqueza de los fragmentos históricos, la variedad de la experiencia de la
negritud, estructurada en la persona marginal que corrió riesgos, asumió ambiciones y actuó siguiendo el sentido
de improviso. El artista estaba en la posición de probar permanentemente sus límites, renunciando a escoger los
papeles conformes a un patrón coercitivamente establecido. La libertad se construye a partir de la renuncia, en la
capacidad de desarrollar, por contacto con el peligro, un perfeccionamiento peculiar capaz de ultrapasar la
visión de la cultura como forma opresiva. El músico afroamericano acumuló un legado histórico complejo, con
importantes referencias de credibilidad ausentes en su narrativa, apoyada en tradiciones y en el pensamiento
social y político que influenció su cultura.
Cuando se da el encuentro del jazz con la música tradicional europea, su interior se revela: momentos de
profunda revisión y un radical proceso de auto-negación. En el encuentro de las dos músicas, en una matriz de
civilización coincidente con experiencias históricas diferentes, fue relativamente fácil percibir la definición de los
papeles de cada una. El lado opuesto de este proceso comparativo se sitúa en el campo europeo de la música que
enfatizó el elemento de abstracción estética, muy distante de los problemas de libertad y de raza que el jazz
transportaba.
La mirada del público y del aficionado se volvió mirada sobre el cuerpo objetivado. Todo deja transparentar la
necesidad de auto-promoción para poder existir. El cuerpo asume un papel fundamental en la determinación de
los límites del ser, sirviendo como cartel para el ego disminuido o lleno de poder. La publicidad ayuda a
mantener este estado de excesiva irrupción de los sentidos en exhibiciones redundantes de cada cuerpo,
seleccionado por sus características fotogénicas, a conquistar espacios de supervivencia en un territorio
dominado por una concurrencia total. Se procura pensar una plasticidad para la imagen, transformándola en un
producto manipulado, una perfección actualizada en la visión de los cuerpos sin mácula. La mayor parte de las
estrellas de cine, de los cantantes pop y de los modelos tienen que proyectar su cuerpo como si fuese una especie
de subtexto sexual. Esa narrativa es pura performance. La moda ayudó a ampliar ese concepto que pasó de una
muestra de ropa a una coreografía personal y teatralizada del cuerpo en movimiento. El mundo está cargado de
imágenes que nos someten a una falsa mitología, en la fascinación y en el glamour de la cultura mass-media que
endiosó el design y atribuye a los publicitarios la tarea de excitar la estimulación de los deseos. El análisis de la
realidad no puede reducirse a la retórica de la sátira de las costumbres, donde las ironías abundan entre
desastres, anorexia, desfiles, bellezas, silicona, pornografía, culturismo, cosmética y cirugía.
La ilusión ya no posee el efecto utópico de las profecías y cuando encontramos un cuerpo que sea sinónimo de
saludable, estamos justificando todos los sufrimientos de la Humanidad. La búsqueda absoluta del bienestar,
inseparable de la búsqueda de forma ideal, vehicula la náusea que las personas sienten por sus propias
imperfecciones.
El cuerpo es un artefacto multimedia. Una mezcla de orígenes eclécticos, desenraizadas en la performance
cinética y audiovisual de lo perfecto, que consiguen a través de una poderosa cosmética y de la práctica, atenuar
una señal de dolor y de autocastigo, transformándose lentamente en un facsimil redentor: ideal/irreal. Este
cuerpo alterado por restricción y miedo es un espacio extrañamente desmaterializado, como una sonrisa perfecta
de una estrella de cine. Su poder de envolver en fantasías la compra insistente de objetos, la metáfora del bien
idealizado en el cuerpo perfeccionista, reinventado a través de la fotografía comercial, son algunos de los
símbolos de la perfección en medio de la degradación global.
Lo que seduce es la pluralidad de las voces que describen situaciones imposibles de ser representadas en su
contenido. Vivimos sobre la negación acumulada que nos impide establecer con la música y con el arte un
método ejemplar de entendimiento sobre el mundo. Continuamos dependiendo de la capacidad de captar la
atención de los otros, para provocar una emoción y forzar respuestas -el momento eminentemente privado-,
donde contemplamos el distanciamiento que nos rodea. El acto de crear se redime en el momento de nuestra
gran soledad. Cuando escuchamos alguna cosa diferente actuamos creativamente sobre el silencio. Un silencio
que existe y que se confronta con lo que oímos, exprimiéndose en la experiencia imposible de fijarse en narrativa.
La desnudez del carácter y el silencio de la sensibilidad, en el momento del descubrimiento del grado de
imponderabilidad y de aislamiento comunicativo en que nos encontramos, muestra el verdadero desafío de
supervivencia localizado en cada acontecimiento diario -el espacio de tiempo imposible de distinguir de lo
inexprimible, o aquello que es apenas difícil de describir- como una señal de impotencia. El silencio no es la
experiencia del individuo solitario, sino la consecuencia social de su identidad. Las palabras no son buenas sino
para exprimir la realidad. La voz, cuando ocurre como el grandioso momento sonoro de la descripción, continua
incapaz de transformar lo que sentimos, y entonces permanecemos cerrados en lo inenarrable en medio de
entidades fallidas e imperfectas. El jazz revela la imagen retenida en el espacio vacío y abierto por un grito que
hace de la negación del lenguaje su sonido, en el terror elevado a los límites de la mudez absoluta.
Sebastien Texier Quintet, “Chiméres”, (Night Bird)
Rodrigo Gonçalves, “Tribology”, (Capella)
Miroslav Vitous, “Universal Sincopations”, (ECM)
Active Ingredients, ( Chad Taylor , Steve Swell, Rob Mazurek…), “Titration”, (Delmark)
Tomasz Stanko, “Suspended Night”, (ECM)
Fred Anderson + Hamid Drake, “Back Together Again”, (Thrill Jockey)
Fred Anderson, “Back At The Velvet Lounge”, (Delmark)
Josh Abrams, “Cipher”, (Delmark)
William Parker Violin Trio, “Scrapbook”, (Thrill Jockey)
Jaco Pastorius "Honestly Live Solo”, (JazzPoint)
TRADUCCION: DAVID ROMERO